Nuno Júdice : O Fruto da Gramática pdf 9 poemas por Chiara De Luca

A INSPIRAÇÃO NOCTURNA

Se pudéssemos dominar as palavras como

se domina um cavalo, com a rédea da retórica

a puxar os impulsos do sentimento e as esporas

da emoção a fazerem correr a frase até

ao fim do verso, o poema seria como a planície

por onde a imaginação cavalga sem freio nem destino,

liberta de cavaleiro e sela.

Ou então, se tivéssemos pela frente o oceano

da página e aí lançássemos a barca da estrofe, sem

antes ter perguntado qual o tempo que iria fazer

durante a viagem, veríamos nascer o temporal

de dentro de um céu de substantivos escuros

como nuvens, e o medo do naufrágio pesar-nos-ia

no ritmo de uma queda de sílabas.

Mas se estivesses aqui, com o teu olhar

pousado num campo de palavras, não apenas

as que designam flores ou aves mas outras

como a terra, a lama, a erva, o verde sombrio

de um arbusto próximo, eu faria do poema

a raiz desse tronco que os invernos não arrancaram,

e alimentá-la-ia com a seiva do amor; e sentiria

nas suas folhas os cabelos da tua noite,

as nervuras da tua mão, o fruto dos teus lábios

  O Fruto da Gramática  Nuno Júdice

O Fruto da Gramática – Fnac

NUNO JÚDICE. EL FRUTO DE LA GRAMÁTICA

16 Miércoles Dic 2015

Posted by carlosalcorta in Reseñas

NUNO JÚDICE. EL FRUTO DE LA GRAMÁTICA. TRADUCCIÓN DE JOSÉ ANGEL GARCÍA CABALLERO. VALPARAÍSO EDICIONES, 2015

El poeta portugués Nuno Júdice (Mexilhoeira Grande, El Algarve, 1949) es bien conocido de los lectores españoles porque su obra ha merecido siempre una atención especial por parte de traductores como Ángel Crespo, Ángel Campos Pámpano, Mario Merlino, Jesús Munárriz, José Luis Puerto o Martín López-Vega y editoriales como Hiperión, Visor, Pre-Textos, Calambur o Valparaíso se han ocupado de su obra, una obra, por otra parte, extensísima porque Júdice publica un libro de poesía prácticamente cada año (es autor también de novelas y ensayos como el titulado ABC de la crítica). Esa atención se ha prodigado aún más con la concesión del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2013.

El fruto de la gramática, traducido por José Ángel García Caballero y publicado por Valparaíso Ediciones, es el primer libro que publica tras la concesión de tan importante galardón. Estamos ante un libro extenso integrado por poemas discursivos, descriptivos que merodean en torno a un centro, alrededor de una idea recurrente, presente en cada uno de los libros, y son muchos, de nuestro autor, la reflexión de carácter lingüístico o, como escribe García Caballero en el prólogo, «En este nuevo título… sigue preguntándose por el proceso de creación, los sueños y temores que despierta. Propone una indagación sobre las posibilidades del lenguaje para entender lo que sucede, para aproximarse, tal vez, a lo real, no sabiendo muchas veces qué es metáfora de qué». Sólo alguien que tiene tantas dudas sobre la poesía, sobre su definición puede escribir tanto preguntándose por ella. Sirva como ejemplo el poema titulado «Qué es la poesía», del que recojo estos versos que parecen responder al enigma: «Una frase más larga/ de lo habitual, en vez del discurso/ equilibrado y conforme a los hábitos/ de la dicción; o un raciocinio que nace de discusiones/ técnicas sobre las reglas que debería seguir el poeta/ para llegar a su objetivo: he aquí, sólo aquí,/ dos motivos más que suficientes para que se declare/ que este poema no lo es». Como se ve, la incertidumbre sigue presente y continúa siendo el motor de sus reflexiones, reflexiones que, por otra parte, podrían formar parte de cualquier manual que se utilice en los talleres de Escritura Creativa.

Como no podía ser de otra forma, la metapoesía no es el único asunto sobre el que giran estos versos, versículos en muchas ocasiones, hay una presencia constate de la ironía, como, por ejemplo, en el poema «Zoología: otros gatos», «Revoluciones» o «La crisis». La melancolía de tono más lírico tampoco escasea, incluso protagoniza poemas como «Rosa de otoño», como podemos comprobar en sus primeros versos: «Esta mañana que entra en la ventana,/ con el frío sobrante de la noche y el gris/que va a vestir el día, está compuesta por trozos de tiempo, restos/ de color y esquirlas de memoria,/ que voy pegando en la superficie/ blanca de mi alma». La rememoración de la infancia, unida a una concepción del tiempo circular que va tomando forma a partir de anécdotas o imágenes concretas y se despliega hacia una «reflexión/ sobre la belleza de lo efímero» vertebra la poesía toda de Nuno Júdice, aunque acaso en este libro se muestre más evidente en la sección «Nueve retratos de familia» en los que, a partir de fotografías de sus antepasados, ensaya una suerte de ambiciosa écfrasis porque describe no sólo lo que ve, sino lo que piensa la persona retratada: «…o apenas hacia la puerta cerrada, que ella desearía/ trasponer para liberarse del instante del flash». Un poema como «Enigma» podría insertarse en cualquier tratado de fotografía y sus conclusiones no están lejos de las de Susan Sontag, por ejemplo, cuando habla de la transición del observador imparcial que se suponía que habitaba en todo fotógrafo a la evidencia de que la imagen está sujeto a los guiños de su mirada particular. El fruto de la gramática finaliza con el apartado titulado «Ocho fragmentos», colección de poemas en prosa que parecen fragmentos de un diario, no por estar circunscritos a una fecha determinada, sino porque parecen sujetos a una temporalidad cotidiana no exenta de retales oníricos que dotan al poema de un halo de misterio que también se encuentra en los mejores retratos diarísticos, esos que huyen de la realidad más plana, de la objetividad más descriptiva para revivir en la palabra las múltiples y complejas caras de la existencia, aunque para ello se valga de un lenguaje culto pero sencillo (Nuno Júdice es un poeta cultísimo que utiliza con destreza variadas tradiciones filosóficas y literarias). Al comenzar este texto, hablamos de las dudas que el autor mantiene acerca de qué cosa sea la poesía. Lo que sí parece tener claro es lo que no es la poesía, y en el poema titulado «Antipoética» señala, por exclusión, las fronteras entre ambos significados, para acabar escribiendo que «lo que vino después ya no cabe aquí para/ que no digan que este es un poema de amor,/ o que estoy cayendo en el pecado del romántico,/ en un exceso de sentimentalismo, y mucho menos/ en una tentativa de huir de la pura realidad de ese día». Como verán es una invitación abierta para que cada lector no se quede en la superficie de esos significados y extraiga sus propias conclusiones.

https://carlosalcorta.wordpress.com/2015/12/16/nuno-judice-el-fruto-de-la-gramatica/

Júdice, Nuno

Enciclopedie on line

Júdiceˇʃùdisë›, Nuno. – Scrittore, poeta e saggista portoghese (n. Mexilhoeira Grande, Faro, 1949). Una delle voci più significative della poesia portoghese, è l’esponente di spicco di quella poetica del “ritorno al reale” che si è andata delineando negli anni Settanta del 20° sec. nel panorama letterario del paese come reazione agli sperimentalismi dei decenni precedenti. Centrale anche la sua attività di saggista e critico letterario. Tradotto in numerose lingue, una sua breve antologia poetica è apparsa in Italia con il titolo La poesia corrompe le dita (a cura di A. Aletti, 1991).

VitaProfessore di letteratura comparata all’Universidade Nova di Lisbona, dove si è laureato in letteratura romanza e quindi, nel 1989, addottorato con una tesi sulla letteratura medievale, è stato collaboratore delle riviste O tempo e o modo e Jornal de letras e, dal 1996, direttore di Tabacarias; dal 1997 al 2004 ha operato come addetto culturale presso l’ambasciata portoghese di Parigi.

OpereAcuto teorico e profondo conoscitore della poesia portoghese del Novecento (A era do “Orpheu, 1986; O processo poético: estudos de teoria e crítica literárias, 1992; Viagem por um século de literatura portuguesa/”>portuguesa, 1997; As máscaras do poema, 1998), fin dal suo primo volume di versi (A noção de poema, 1972) ha dato avvio alla ricerca di un personale stile espressivo, rivelando, nelle numerose raccolte successive, una straordinaria versatilità e capacità di appropriazione, rielaborazione e insieme superamento dei grandi modelli del passato: As inumeráveis águas (1974); O mecanismo romântico da fragmentação (1975), che esplicita il suo debito verso F. Hölderlin e la poesia romantica; le prose di O voo do Igitur num Copo de dados (1981), in cui è evidente l’influenza di S. Mallarmé e della poesia simbolista; A partilha dos mitos (1982); Lira de líquen (1986); A condenscendência do ser (1988); Enumeração de sombras (1989); As regras da perspectiva (1990). All’edizione complessiva della Obra poética: 1972-1985 (1991) sono seguite le raccolte: Um canto na espessura do tempo (1992); Meditações sobre ruínas (1994); O movimento do mundo (1996); A fonte da vida (1997); Raptos/Enlévements/Kidnappings (1998); Teoria geral do sentimento (1999); Linhas de água (2000); A árvore dos milagres (2000); Poesia reunida 1997-2000 (2001); Pedro, Lembrando Inês e Cartografia de Emoções (2002). J. si è dedicato anche alla narrativa (Plâncton, 1981; A manta religiosa, 1982; Adágio, 1989, trad. it. 1994; A mulher escarlate, brevíssima, 1997; Um anjo da tempestade, 2004) e al teatro (Flores de estufa, 1993). Tra le sue opere più recenti si ricorda il romanzo O enigma de Salomé (2007).

http://www.treccani.it/enciclopedia/nuno-judice/

http://www.vallejoandcompany.com/9-poemas-de-la-materia-de-la-poesia-de-nuno-judice-y-critica-por-chiara-de-luca/

9 poemas de “La materia de la poesía”, de Nuno Júdice y crítica por Chiara De Luca

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Homenaje AR, Novedades, POESÍA

El presente artículo fue publicado en la revista Poesía, Año XXVIII, n°302, en marzo de 2015, con motivo de la aparición del poemario La materia della poesia (‘La materia de la poesia’) traducción al italiano de uno de los últimos libros del reconocido poeta portugués, Nuno Júdice.

 

Por: Chiara De Luca

Traducciónes: Chiara De Luca

 

Nuno Júdice, La materia de la poesía

Pues estaba sentado al final de la escalera, leyendo, de vez en cuando mirando a la calle, no obstante el contraste entre la oscuridad del interior y la luz del exterior me impidiera retomar enseguida mi lectura. Fue quizás en ese intervalo, en que fui obligado a readaptarme al interior de la casa, que la poesía apareció dentro de mi espíritu: algo que se pareció, en todo caso, tuve que ocupar estos instantes de vacuidad, y me empujó, un día, bien más allá de mi adolescencia, a escribir versos en un movimiento que me fue de algún modo dificil comprender[1].

Es a través de esta rememoración de un recuerdo de su infancia que Nuno Júdice, en el prefacio a la edición francesa de sus poemas, nos cuenta cómo su primer encuentro con la poesía ocurrió en la frontera entre “más mundos”, y como aquella tarde comprendió que hizo falta encontrar el modo de poner en contacto recíproco estas realidades contiguas y complementarias. Leyendo la Eneide, que había pedido como regalo de Navidad, sentado en la intersección entre la oscuridad y la luz, aquel niño, que con ocho años ya empezaría a escribir sus primeros poemas, aprendió a aguzar la mirada para escudriñar dentro de lo desconocido, sin preocuparse del hecho que la luz lo cegara cuando la mirada volvía a casa, al mundo conocido. Cuando lo leí recordé cuando niña, sola en la oscuridad, en la casa romana de mi abuela materna, escudriñaba los perfiles de los objetos que se dibujaban en la tiniebla, inventándome formas para atribuir una identidad conocida a las sombras confusas que se desprendían en la opacidad que envolvía la habitación, para controlar mi miedo. “A medida que crecemos, y que aprendemos a dominar este miedo, nos alejamos necessariamente del territorio mágico donde la mayoría de las cosas no tiene explicación en este mundo”, escribe Nuno Júdice en el ensayo El lenguaje poético.

Sin embargo, Júdice supo preservar ese miedo originario frente al misterio, adentrándose en el territorio mágico en donde también las formas usuales se cargan de nuevos sentidos que prescinden del significante que creímos conocer y que creímos poder poner en relación unívoca con las palabras. Un objeto de la búsqueda de Júdice es “este casi nada que constituye la belleza de la cotidianidad”, escribe François Weigel en Le Monde, “que su poesía investiga con destego, tomando la medida real de los objetos y del tiempo”.

En efecto, Nuno Júdice no busca alguna alternativa a la cotidianidad, no busca palabras insólitas, más bien ennoblece las palabras conocidas, redescubre palabras antiguas y olvidadas, inventa palabras nuevas accesibles a todos. Júdice no se pierde en disquisiciones sobre la utilidad de la poesía y sobre el sentido de la escritura. Según él, la poesía es sencillamente inútil y, justo en cuánto tal, necesaria para sobrevivir “en un mundo de cosas útiles e inmediatas”. Entregándose a la imaginación que filtra el mundo, abriendo todos sus sentidos a la recepción de los olores, colores, perfumes, dejando que desde el objeto emane la visión que tenemos de ello, (“La visión está de algún modo una propiedad del objeto”), el poeta se adentra y vaga en la tierra de nadie donde es posible escuchar a este “diálogo invisible” de lo inanimado, conversar con las cosas, dejar que sean ellas las que pronuncien su nombre verdadero para que la poesía “custodie, de alguna manera, la verdad de las cosas y de las almas, más allá de la superficie del presente” (El lenguaje poético).

No obstante, esta autenticidad de las cosas no se manifiesta en forma de respuestas explícitas y unívocas a las preguntas que nos agobian, y tampoco las sombrean. El sentido se derrama más bien en una música, en “una armonía de imágenes y construcciones verbales que permiten de establecer una lógica de la cual no se advierte la necesidad de buscar el sentido” (El lenguaje poético).

Lo que más cuenta en poesía para Júdice es la musicalidad de las palabras, la armonía de sus acercamientos, el modo en que las palabras “simples” se combinan entre ellas para engendrar nuevas sorprendentes armonías, porque el significado también es una música, una correspondencia entre el sonido y el sentido. “Es a partir de imágenes concretas que escribo sobre las ciudades, la naturaleza o las memorias de mi infancia, y desde ahí siguo para que el poema encuentre su lógica y armonía”, explicó Júdice en una entrevista a El Universal con ocasión de la ceremonia de atribución del prestigioso premio Reina Sofía para la Poesía. En Nuno Júdice existe, en efecto, una perfecta identidad entre escritura y vida: escribir es indispensabile para él, es un modo de leer intensamente el mundo, de traducirlo, porque no se sustrae a sus ojos resbalando en el silencio. También es desde esta identidad entre poesía y vida, desde esta necesaria dedicación a la palabra poética que nace la generosidad que el poeta demuestra indicando con espontaneidad –en versos, en prosa, en las entrevistas– la manera de adentrarse en su poesía, sin enseñar ningún falso pudor, afectación o reticencia mientras nos revela la esencia de su poética. De hecho, el examen teórico y la reflexión metapoética son parte integrante del proceso creativo de Júdice, que no tiene ningún temor y hunde sus manos en la materia ardiente de su poesía, acostumbrado como está a apretar en soledad los puños en la oscuridad y a reabrirlos para ver cuál forma han asumido las palabras una vez venidas a la luz. Ciertamente, en justo la confianza en las potencialidades del discurso poético y el ánimo de la búsqueda que rehusa lo no esencial, lo que le ha permitido al poeta componer lo que, en una entrevista con Ricardo Marquez, define como “una larga poesía iniciada al final de los años Sesenta, y todavía no acabada”, o bien, de construir

libro a libro una de las aventuras más fascinantes de la literatura portuguesa del último medio siglo, algo así como un poema único e interminable, de una cadencia radicalmente genuina y personal que va desgranando al oído del lector, en voz baja, los misterios de la realidad y el afán de las palabras por alcanzar a desvelarla. (Antonio Sáez Delgado, El País).

En el ensayo La noche del poema, publicado en la revista Europe, Júdice explica como el poeta desempeña el papel de una guía que “ilumina la oscuridad de un mundo inaccesible a quien, sin la voz de una guía, no habría visto nada”. Con esta afirmación, Júdice concede a la poesía una gran responsabilidad, atribuyéndole un papel parecido a lo que juegaba para los románticos alemanes el Mittler (intermediario). Sin embargo, mientras que el Mittler suplía de intermediario entre lo humano y lo divino, oculto más allá del velo de la realidad empírica, según Júdice la poesía representa un “milagro profano”, “que no tiene nada de sagrado; al revés, es el único milagro manado por el profano, y es suficiente porque se pueda mirar al real con ojos que lo penetran hasta sacar de ello la verdad más profunda”, (La noche del poema).

En otro escrito de reflexión metapoética titulado La poesía en el mundo, Júdice describe el texto poético como un “lugar de paso”, una especie de pasillo que lleva de un mundo al “otro”, extendiéndose a lo largo de toda la estrofa. Por lo tanto, es la poesía la que le enseña al poeta el camino que se desenvuelve desde el título del poema a su conclusión, el camino que otros después de él seguirán. Y leyendo sus poemas se recibe justo la impresión que el poeta atraviesa ese corredor paso a paso con un sentido de descubrimiento, dejándose conducir por la dirección del discurso poético, hasta sólo dejarse sorprender por sus propias palabras en el desenlace, junto con el lector que lo acompaña.

“El poeta funciona como una suerte de espantapárrafos”, escribe de Júdice el poeta y narrador colombiano Juan Manuel Ronco en La Jornada, “de avisado e impertinente espantador de falsos trinos que ahuyenta voces falseadas, y que no trata el lenguaje como si las palabras fueran aves de paso, pájaros equivocados de lugar en el espeso bosque del habla”.

En efecto, la poesía de Júdice siempre es invadida por un fuerte intento comunicativo y el deseo principal del poeta, el objetivo que nunca pierde de vista, es el compartir experiencias en un lenguaje accesible, de construir un puente entre el pasado y el presente, entre la oscuridad donde se mueven las sombras y la luz donde toman su forma. “De hecho, cuando escribo y busco las palabras que compondrán el poema”, explica Júdice en La noche del poema, “lo que voy realizando es una suerte de traducción de un texto abstracto, olvidadizo, del que conozco el sentido general, y que tengo que trasladar en otra lengua, la mia”. Pues el proceso de la escritura pasa por una doble traducción: el poeta lee el texto abstracto presiente en su mente, y luego lo traslada en música, traduciendo la partitura del real. Eso contribuye a explicar la heterogeneidad de formas, estilos y tonos que su poesía presenta: a veces el poeta parece moverse sobre el plan de una realidad onírica y suspendida, poblada por sombras borrosas, que sólo parcialmente se revelan; a veces parece escribir en una suerte de posesión que le hace evocar sugestiones desde las capas más recónditas de su conciencia; a veces efectúa una transcripción brillante y objetiva del real, enumerando objetos que se sustraen a cada posible clasificación; a veces se deja transportar por una forma de escritura automática que le debe mucho al Surrealismo; a veces hace uso de una ironía que, como afirma el poeta en una entrevista, algo le debe a Drummond de Andrade, Cesariny, O’Neill, en un tono de rápido y alegre de Mozart, que también deslíe las reflexiones más dramáticas sobre la esencia de la naturaleza humana y sobre las debilidades que la caracterizan.

“Me fuerzo a escribir cada día como un empleado. Escribir es mi vida. Me gusta hacerlo, no me da ni para vivir, pero es mi manera de ser”, le dice Júdice a Antonio Jiménez Barco en una entrevista para El País.

No obstante, ninguno de sus poemas parece fruto de constricción ni esfuerzo, ninguno de ellos tiene el sabor de un texto de ocasión o de un ejercicio de virtuosismo. El poeta se parece más bien al romero, que a veces no querría partir por lugares desconocidos, luego, después de decidirse, sale de viaje hacia una meta que no tiene para llegar al vacío, lo mismo que ocasiona la poesía, y allí descubrir cosas inesperadas para volver cargo de tesoros al punto de salida, a la intersección entre más mundos donde nació su poesía. Preparándose al viaje de la composición, Júdice se deja transportar por su propia escritura, interroga las palabras, deja que repliquen, que se reflejan en el eco de si mismas, luego prueba nuevas combinaciones, para buscar esa “música de las palabras que también construye –a nivel inconsciente, a veces, pero plenamente dominado en la tradición poética, una música del sentido”, (La poesía en el mundo).

Desde los poemas de Júdice se trasluce un gusto refinado del lenguaje: el poeta parece divertirse manipulando la lengua a su gusto, tratando de forzar sus límites, incluso sabiendo que nunca podrá atravesarlos. Algunos textos de La materia de la poesía son particularmente complejos desde el punto de vista sintáctico: las ideas van enlazándose verso por verso, engendrando el curso de un discurso que a su vez se refleja, actuándose, ponendose en escena. El poeta encaja sabiamente unos con otros los ladrillos del lenguaje, para construir el edificio del su discurso filosófico, que a menudo se traduce en una reflexión metapoética: la poesía se interroga y las palabras se tienden al extremo de su sentido, recortando en sus múltiples matices, casi como si quisieran poner a prueba su propia resistencia.

En otros poemas Júdice viste con extrema espontaneidad paños ajenos, asume nuevas identidades, reales o presentes en el imaginario colectivo, cuenta o revive historias que no le pertenecen, o que sólo le pertenecen en forma indirecta, simbólicamente, en cuanto proyecciones de sí mismo y de sus experiencias pasadas. Hay por fin poemas en que el poeta desviste cada máscara y se dirige sin ningún filtro —onírico, surreal, irónico, filosófico— al lector. Son los poemas que Júdice, en una entrevista concedida a Millicent Borges Accardi para Portuguese American Journal, define “los más profundos”, es decir, los poemas donde él combina pasado y presente “para crear una plenitud que nutre la vida y la poesía”, restableciendo la entereza de su relación recíproca. La altura de estos poemas “llenos” reside en la profundidad de la introspección, en la sosegada objetividad de la descripción, en la dolorosa separación de las cosas justo en el momento en que el poeta las abraza con su mirada. En estos poemas el escritor abandona la puesta en escena, elige eficazmente el sintagma más lineal en el tanque de su compleja “sintaxis del yo” (Vincenzo Russo), y representa libremente sí mismo y su experiencia directa y personal de las cosas, aunque simbólicamente trasladadas, sondeando la oscuridad de su memoria, en busca de antiguas figuras que emergen prepotentemente a la luz del presente. Es allí que la música de la palabra envuelve y alumbra las imagens, integrándolas a las “cosas más simples”, desde las cuales Júdice extrae la complejidad y el misterio, a la frontera entre el mundo empírico, con todas sus estratificaciones de concretos mundos concéntricos y los mundos otros que guiñan en la oscuridad en que la poesía se adentra para volver.

 

9 poemas de  La materia de la poesía,

de Nuno Júdice

Poética

 

Quiero que mi poema hable de barcos y de azul, hable

del mar y del cuerpo que lo busca, hable de pájaros y

del cielo en que habitan. Quiero un poema puro, limpio

de la basura de las cosas banales, de las contaminaciones de quien

sólo mira por tierra; un poema donde lo sublime nos toque,

y lo poético sea la palabra llena. Es esto poema

que escribo en la página blanca como la pared que

acabó de ser encalada, con sus imperfecciones

apagadas por la luz del día, y un reflejo del sol

a gritar por la vida. Y quiero que este poema descienda

a las cavas donde la miseria se acumula, a los bancos donde

duermen los que no tienen ni techo ni esperanza,

a las mesas sucias con los restos del alba, a los

rincones donde la mujer de la noche espera al último

cliente, a la desesperación de los que no saben por dónde

huir cuando la muerte golpea a la puerta. Y canto

la belleza que sobrevive a las frases comúnes, a las

palabras ensuciadas por lo cotidiano de los mediocres,

a los versos descoloridos de quien nunca escuchó

el grito del ángel. Y digo esto para que quede, en el

poema, como la piedra tallada por un fuego divino.

Ofelia y las ninfas

En la ribera del río las arenas oscurecen, pidiendo

el barro del otoño; y detrás de las ramas, las

ninfas duermen, ebrias de sueño. No quieren

ser despertadas; desnudas, se apoyan las unas

a las otras, como si durmiendo perdieran

el deseo que las hace relinchar, como potras,

hundiendo los pies en los ojos que las descubren.

Pero el río no corre; y en el agua firme, una

transparencia de frío deja ver el cuerpo de

náyade de una inquieta Ofelia. En su rostro

donde la vida se muere, sólo los labios son bermejo

sangre, y todavía las empujo por tierra, con redes

de pescador, para tenderlas sobre las piedras

que rasgan su piel, en un último estertor.

El sol despierta a las ninfas; y todas acuden

alrededor de la fallecida, gritándole que se levante;

en sus ojos amoratados, en cambio, sólo se cierra

una puerta. ¿Quién se quedó detrás de ella?,

pregunta sin respuesta. Pero vuelvo

a casa, abro la ventana; y es Ofelia que me

acoge, despierta, renacida y pura camelia.

Lista

Me paro en la calle para ver la vitrina del almacén

como si analizara a un poema. Chorizos y salchichas

se extienden como versos, costales de bacalao

arreglados como estrofas, botellas de aceite

que dan sabor a la sequedad de las rimas, el pan

que aún guarda la levadura de un ritmo

que se masca en boca – todo

está en su lugar, como si el tendero

supiera que existe una poética

propia para regular las compras. Luego,

entro en la tienda; y cuando me preguntan

lo que quiero se me queda la duda: ¿granadas

o el verso blanco de un paquete

de harina? ¿Un trozo de queso, o

la metáfora envuelta para un consumo

rápido? ¿Castañas al quilo, como si fueran

sílabas, que asar en el horno de la frase? Y acabo

saliendo sin tomar nada, pero con

un poema en la bolsa de las compras.

Eva

Cuando Eva iba desnuda por el paraíso,

disfrazaba el tedio a la sombra de los árboles, cogiendo

las flores, oliendo su aroma,

y pensando en cómo sería bonito tener un cielo

que mirar.

Un día, una de esas flores se transformó en

fruto; y Eva se lo llevó a la boca, lo mordió, probó

su pulpa. Por un extraño efecto

de causa y consecuencia, el sabor de la manzana

obligó Eva a cubrir su desnudez

con hojas y flores, que volvieron

a ser una metáfora del cuerpo

que escondemos.

Sucesivamente, el pecado se volvió una simple

figura retórica, y el sexo un ejercicio

de interpretación.

Big Bang

Escribo en esta luz fluida lo que

el tiempo me deja ver: un eco de astros

en las bóvedas del infinito, con su

dibujo de sonido refinando los bordes

del silencio.

Y alguien me decía

que no era así: el espacio se arrastra

entre dioses sin servicio y

las inmensidades

vacías de una laguna

de galaxias.

 

Pero el astrónomo no gasta

su tiempo con la metafísica; y lo que sabe

sobre religión se limita a un registro de

nombres, entre

estrellas y planetas.

Entretanto, oye la música que viene

del estallido primordial, y atraviesa el universo

de una a otra punta. ¿Cuales palabras se

perdieron en medio de los fragmentos de la eternidad,

tragada por el agujero negro del centro?

Es de noche, cuando no hay luna

ni nubes, que escribo en el cuaderno del cielo

la frase que me dictan las galaxias, como

si fuera un astrónomo, y oyera

el ruido de un motor que no se detiene.

Democracia

Fui a ver la democracia embalsamada como

el cadáver de Lenin, oliendo a formol y aguarrás,

en un sótano de Europa. Le derramaban encima

ungüentos y colonias, la quemaban incienso

y hashish, le recitaban la obra completa de

Rousseau, de Saint-Just, de Víctor Hugo y

su cuerpo no se movía. Le gritaban libertad,

igualdad, hermandad y la pobre fallecida

olía a camposanto, como si esperara a

autopsias que no vinieron, partes, adeenes

que le dieran familia y descendencia. Esperé

que todos se quitaran de sus pies, escudriñé

uno de sus ojos y vi que se movía. Le tomé

una mano, le pedí que se despertara y vi temblar

sus labios para decir algo. ¿Un testamento?

¿La última verdad del mundo? “¿Qué quieres?”,

le pregunté. Y ella, casi viva: “¡Un cigarrillo!”.

En Lisboa

Entra en el Café y siéntate a la mesa que

aún no fue limpiada, como si no tuvieras

elección alguna. Aleja de ti el cenicero, la taza aún

tibia, el vaso de aguardiente bebido hasta la última

gota, y sacude tu pelo para que las sombras

que allí estaban se dispersen. Tus ojos

quedan presos del techo, donde una tira mata-

moscas se queda allí desde un verano pasado

hace tiempo. Manchas de humedad y humo,

yeso a la vista, componen el cuadro

abstracto en donde buscas un sentido para

lo que te falta. Tus manos titubean, sobre

las piernas, como si no hubieras decidido

qué hacer. ¿Pero si volvieras a salir, por

donde irías, ahora que ha bajado la tarde y ya no

se ve quién pasa detrás del escaparate? ¿Y

si te quedaras, quién podría llegar a esta hora

para no dejarte sólo contigo, a la mesa que

el camarero tarda en venir a limpiar? Sin saber

por qué, he tenido tu imagen, y hablo con ella

en este poema que conoce tu nombre, sin nunca

decirlo, como si le hubieras intimado el secreto.

Informe

Hago el inventario de los muebles en esta casa vacía,

con un cuaderno de escuela, lleno las rayas

con un dibujo minucioso de palabras:

un armario de almas, una mecedora,

una creencia de ecos, una mesa sin piernas,

un espejo de sombra, un rincón interrumpido

en la cesura del verso, un estante de imágenes.

Llevo esta lista al notario; y le pido que

borre los objetos inútiles para que el cuaderno

sirva de algo. Pero él me pide que

remplace las palabras con los objetos. Pues,

repongo el alma en el armario, balanceo el cuerpo sobre

la silla, grito en el abismo de la creencia, hago

caminar la mesa, me miro en el espejo del verso,

y saco del estante todas las imágenes.

“¿Pero qué casa es esta?”, me pregunta el

empleado. Le digo que los cuartos son

las estrofas, que los muros son hechos con

los ladrillos de los versos, que un yeso de rimas

llena los intersticios. Sólo no sé indicar

la calle, el número, el color de las paredes. Es una casa

que no existe, aunque sea mi casa.

Y la vacío de muebles, objetos, palabras,

hasta que sólo se queda la poesía que la construyó.

La materia de la poesía

                                      Para Salah Stétié

Hay una sustancia de las cosas que no

se pierde cuando las alas de la belleza

la tocan. La perdemos de vista, a veces,

entre los rincones de la vida; pero

ella nos sigue con su deseo

de permanencia, y viene a contaminarnos

con la infección divina de una fiebre de

eternidad. Los poetas trabajan

esta materia. Sus dedos extraen

el caso del interior de quien va

a su encuentro, y saben que lo improbable

se encuentra en el corazón del instante,

en el cruce de miradas que

la palabra de la poesía traduce. Leo

lo que escriben; y desde la llama

que sus versos alimenta se levanta

un humo que el cielo dispersa, entre

el azul, dejando apenas un

eco de lo que es esencial, y queda

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Democracia

Fui a ver la democracia embalsamada como

el cadáver de Lenin, oliendo a formol y aguarrás,

en un sótano de Europa. Le derramaban encima

ungüentos y colonias, la quemaban incienso

y hashish, le recitaban la obra completa de

Rousseau, de Saint-Just, de Víctor Hugo y

su cuerpo no se movía. Le gritaban libertad,

igualdad, hermandad y la pobre fallecida

olía a camposanto, como si esperara a

autopsias que no vinieron, partes, adeenes

que le dieran familia y descendencia. Esperé

que todos se quitaran de sus pies, escudriñé

uno de sus ojos y vi que se movía. Le tomé

una mano, le pedí que se despertara y vi temblar

sus labios para decir algo. ¿Un testamento?

¿La última verdad del mundo? “¿Qué quieres?”,

le pregunté. Y ella, casi viva: “¡Un cigarrillo!”

 Nuno Júdice

Democrazia

Andai dalla democrazia imbalsamata, come
il cadavere di Lenin, a fiutare formalina e acquaragia,
in uno scantinato dell’Europa. Le stillavano sopra dall’alto
unguenti e colonie, le bruciavano d’incenso
e hashish, le recintavano l’opera completa di
Rousseau, di Saint-Just, di Victor Hugo, e
il corpo non si muoveva. Le gridavano libertà,
uguaglianza, fraternità, e la povera morta
odorava di camposanto, come se aspettasse
autopsie che non venivano, referti, dienneate
che le dessero famiglia e discendenza. Sperai
che tutti si levassero dai piedi, scrutai a fondo
uno dei suoi occhi, e vidi che si muoveva. Le presi
le labbra, per dire qualcosa. Un testamento?
L’ultima verità del mondo? “ Cosa vuoi? “,
le chiesi. E lei, quasi viva: “ Una sigaretta “.

Nuno Júdice

Um gato, em casa sozinho, sobe
à janela para que, da rua, o
vejam.

O sol bate nos vidros e
aquece o gato que, imóvel,
parece um objecto.

Fica assim para que o
invejem – indiferente
mesmo que o chamem.

Por não sei que privilégio,
os gatos conhecem
a eternidade.

Nuno Júdice
In Assinar a pele ( antologia de poesia contemporânea sobre gatos)

Un gatto, in casa, solitario, sale
sulla finestra perché dalla strada
lo vedano.

Il sole batte nel vetro
e riscalda il gatto che, immobile
sembra un oggetto.

Sta lì perché
lo invidino indifferente
a chi lo chiama.

Per non so quale privilegio,
i gatti conoscono
l’eternità.

Nuno Júdice


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