J. M. Coetzee : La vita e il tempo di Michael K, “Aspettando i barbari”

La vita e il tempo di Michael K, di J. M. Coetzee

La vita e il tempo di Michael K – DropPDF

Posted by: on: 24 gennaio 2011

K sedeva con la testa tra le ginocchia. Anche se aveva la mente lucida, non riusciva a controllare le vertigini. Aveva un filo di saliva che gli colava dalla bocca, ma non se ne preoccupava. Ogni granello di questa terra verrà lavato per bene dalla pioggia, si disse, e asciugato dal sole e spazzato dal vento, prima che ricominci un nuovo ciclo di stagioni. Non ci sarà più un granello che porti il mio segno, proprio come mia madre che ora, passata la sua stagione sulla terra, è stata lavata via, dispersa dal vento e risucchiata dai fili d’erba.
Allora, che cos’è, pensò, che mi lega a questo pezzetto di terra come fosse una casa che non posso lasciare? Tutti dobbiamo lasciare casa, dopotutto, tutti dobbiamo lasciare le nostre madri. O forse sono uno di quei bambini, un bambino che discende da tutta una serie di bambini, di quelli che non sanno staccarsi, ma debbono tornare tutti a morire qui, con le teste sul grembo delle madri, io sul suo, lei su quello di sua madre, e così via andando a ritroso generazione dopo generazione?

Del grande scrittore sudafricano, J. M. Coetzee, (Città del Capo, 1940), abbiamo riletto per voi questa straordinaria, incisiva, toccante parabola sull’uomo privato di tutto eccetto il suo primordiale istinto alla vita. Perché la violenza bieca del mondo e le regole fondate sull’odio, poco possono contro il candore e la purezza dei semplici di spirito, e perché a leggere certi libri si capisce come i loro autori possano essere davvero da Nobel (Coetzee se lo è aggiudicato nel 2003) e quanto da loro ci sia da imparare. Per voi, dunque, ma soprattutto per Davide, per la chiacchierata di ieri in una Frosinone “desolante” a causa, non solo della pioggia, ma soprattutto del blocco del traffico, giacché, giustamente (?), con il blocco del traffico, la gente, dotata di macchine ma non di ombrelli, sta a casa. Per Davide, quindi, in attesa di Foe.

In un paese sconvolto dalla guerra civile, in una città invasa dai soldati, un uomo dal labbro leporino, Michael K, costruisce un carro per accompagnare la vecchia madre nel suo eden evanescente: un pezzetto di terra in campagna dove ha trascorso una gioventù felice. È l’inizio di un viaggio omerico verso la fattoria, verso l’infanzia. Verso la salvezza, forse. Ma la fuga, almeno per la donna, termina presto tra le pareti di un ospedale e Michael K si ritrova da solo. Da solo in un mondo incomprensibile recintato dal filo spinato e diviso in campi di lavoro. E schivando i posti di blocco, evitando le strade principali attraversate in tutte le ore dai convogli militari, con il coprifuoco e sotto la pioggia incessante e il freddo e portandosi dietro in un sacchetto le ceneri della madre, l’uomo riesce infine a raggiungere il luogo d’incanto. Un fertile nulla, una fattoria abbandonata e sfuggita al controllo del regime. E qui, per la prima volta nella sua vita, nascosto in un cunicolo, privato di tutto, senza acqua e senza cibo, come fosse un animale, Michael K è.

Capita che si attraversi la vita senza lasciare traccia, senza entrare nella Storia “più di quanto non faccia un granello di sabbia”. Questa la “vergogna” di Michael K. Egli non parla, non racconta la sua storia e quando nel finale incontra degli uomini, ne inventa una perché la sua è insignificante, “piena di vuoti”. Strano essere, Michael K: si risolve di poter vivere con un cucchiaino e un lungo spago arrotolato, sufficienti a tirar su acqua da un pozzo. Si muove, fa, semina, scappa, si nasconde, ha paura, ha fame, non ha fame, ha sete, non ha sete, dorme, non vuole lavorare, salta una recinzione, si commuove, si lascia sedurre, si ammala. Insomma, è un ostinato animale dominato dal solo istinto primitivo alla libertà; e scusate se è poco, scusate se può essere tacciato di demenza, additato, sbeffeggiato, deriso. Discendente del protagonista de Il Castello di Kafka, più di K ha soltanto il nome proprio, ma questo elemento non tragga in inganno: per il resto ha ereditato da lui lo scacco del raziocinio, l’implosione del linguaggio, ormai inadeguato per dire un mondo in cui, di fronte al vuoto semantico,  lo stesso “vivere” si riduce a  una somma di sottrazioni.

Gianluca Minotti

http://literaid.wordpress.com/2011/01/24/la-vita-e-il-tempo-di-michael-k-di-j-m-coetzee/

Vida y época de Michael K, J.M. Coetzee

 

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Coetzee
Coetzee

 

En esta novela todo es fantasmal del modo que lo es en la obra de Kafka, es decir: desasosegante. De hecho, Coetzee consigue utilizar a su favor la tradición kafkiana y llevarla más allá, una tradición que a cualquier otro escritor podría arrancarle limpiamente una pierna o un brazo. Las deudas no han sido ocultadas. En su lugar, Coetzee las hace evidentes desde el comienzo, la inicial del apellido de su héroe es sólo la más visible de esas evidencias. Si nos pusiéramos a rastrear las demás influencias probablemente tendríamos que nombrar a Beckett, a Dostoievski. Pero este es un juego por el que no se va a ningún lado, perseguir rastros e indicios de una obra inmensa es una de las formas más fáciles de leerla. Esta es una novela que podría hacer babear a un crítico académico, pero no parece una novela que haya sido escrita para ese tipo de disección.

Es un libro triste. Michael K es un hombre de 32 años que nació con una falla inocultable: labio leporino. Sabemos que tiene dos hermanos mayores pero no sabemos nada de su padre. Su madre anciana trabaja como empleada doméstica en la casa de una familia de Ciudad del Cabo. Tiene derecho a un pequeño dormitorio. Michael K trabaja para el departamento de Parques y Jardines. Su madre ha enfermado. Los patrones continúan manteniéndola por caridad, pero ya la han reemplazado por una mujer más joven. Mientras, ella sueña con volver a Prince Albert, una región tierra adentro, en pleno veld, una granja donde vivió su infancia y juventud, en algún punto de la inmensidad del norte sudafricano. Para llegar allí hay que atravesar el karoo, la región semidesértica del sur. Prince Albert es un lugar que Michael comienza a ver a través de los ojos de su madre moribunda, una especie de paraíso en el que uno puede sanar de sus dolores, rejuvenecer, vivir de su trabajo, respirar el aire de la montaña y beber el agua limpia que brota de la tierra. Estamos en la Sudáfrica del apartheid. No pueden abandonar Ciudad del Cabo sin un permiso de traslado. Obtener el permiso requiere más tiempo del que disponen y nada garantiza que lo obtengan. Michael construye una especie de carromato con una carretilla y ruedas de bicicleta, fabrica un sillín, un techo precario y convence a su madre de que permita que él la cargue allí y la arrastre hasta Prince Albert.

Este es el comienzo de Vida y época de Michael K. Curioso título. Una forma de título que parecería estar reservada para los ensayos laudatorios que se escriben para los grandes hombres, pero que aquí se destina para la historia de uno insignificante y defectuoso. La historia de un hombre sin historia, cuyo limitado entendimiento se asemeja a estar viendo el mundo a través de un tubo de cartón. El talento de Coetzee para trasmitir esa perspectiva es lo que otorga a la novela su carácter fantasmal. Michael no comprende la guerra, igual que no comprende la vida, la muerte, el amor, el dolor, la guerra que lo rodea y cuyos rastros encuentra a cada paso, y su incomprensión sume todo en una niebla casi mística. La primera impresión de un lector es la de estar ante un simple retrasado, un imbécil indolente. Una vez superada esta impresión, Michael se convierte en un ser elemental. La peripecia de su lento aprendizaje es conmovedora. Y mientras él aprende, el lector aprende quién es Michael K y cómo es su época, y por qué la aparente imbecilidad de Michael K es de una coherencia aterradora, como si él hubiese llegado gracias a su propia deficiencia (y a su historia de abandonos y abusos) a vivir en el reino de una verdad íntima. Hay un personaje que actúa como nexo entre Michael y el lector, se trata del farmacéutico devenido en enfermero de un campo de trabajo donde Michael es llevado luego de uno de sus arrestos. Este hombre no comprende a Michael. Primero se dice a sí mismo que el nuevo recluso está enfermo y probablemente loco. Hace todos los esfuerzos por llegar a él. Primero, para lograr que coma y así salvarle la vida; luego, para entender su alma:

“Yo he sido el único en darse cuenta de que eras más de lo que parecías –habría continuado-. Lentamente, a medida que tu “No” obstinado cobraba peso día a día, empecé a sentir que no eras un paciente cualquiera, otro herido de guerra, otro ladrillo en esta pirámide del sacrificio (…) “No es un producto de mi imaginación”, me decía a mí mismo. “Esta concentración de sentido que percibo no es un rayo luminoso que proyecto sobre esta o aquella cama (…) Michael significa algo, y su significado no es sólo asunto mío. Si así fuera, si el origen de este significado no fuera más que una carencia mía, una carencia, digamos, de algo en que creer, ya que todos sabemos lo difícil que es saciar el hambre de creer (…) si lo que me llevó a Michael y su historia sólo fuera un vulgar apetito de significado, si Michael no fuera más de lo que parece ser (…) en ese caso tendría razones para retirarme a los baños detrás de los vestuarios y pegarme un tiro en la cabeza. Pero ¿cuándo he sido más sincero que esta noche?” (…) Así que dirigí mi mirada de nuevo al exterior, y, sí, todavía era verdad, no me engañaba, no era una ilusión o un consuelo, era como antes, era la verdad, realmente había una concentración, una intensificación de la oscuridad sobre una de las camas, una sola, y esa cama era la tuya”.

Al releer el fragmento, pienso que bien podría tratarse del propio autor reflexionando sobre todo lo hecho hasta ese momento: obra y personaje. Como si se preguntara, ¿significa Michael K lo que yo necesito que signifique? ¿Dice lo que yo necesito que diga? ¿Hay algún sentido aquí que yo no haya fabricado? ¿Me he topado contra algún sentido nuevo mientras estaba inmerso en la tarea de llevar adelante la historia? ¿Si no ha sido así, por qué debería continuar…? El aspecto meta-narrativo de la obra de Coetzee es más evidente en otras novelas suyas, pero no habría que descuidar este punto de Vida y época de Michael K.

Me estoy convirtiendo en otra clase de hombre, pensó, levantando las muñecas y mirándolas, la sangre ya no saldría a borbotones sino gota a gota, y después de gotear, se secaría y cicatrizaría. Cada día me vuelvo más pequeño, más duro y más seco. Si tuviera que morirme aquí, sentado en la boca de la cueva, mirando la meseta con la barbilla apoyada en las rodillas, el viento me secaría completamente en un día, me conservaría entero, como a alguien hundido en la arena del desierto.

https://clubdecatadores.wordpress.com/2013/01/31/vida-y-epoca-de-michael-k-j-m-coetzee/

Mercoledì, 12 Marzo 2014 00:00

“Aspettando i barbari” di J. M. Coetzee

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Non si può fare a meno di associare Aspettando i barbari al libro di Buzzati, Il deserto dei tartari.
Si richiamano i paesaggi, il confine, la fortezza, il ruolo dei protagonisti.
Entrambi i libri sono ambientati in un luogo di confine: una cittadella fortificata all’estremo margine dell’Impero, anche all’estremo margine dell’ecumene, che tra la città e le montagne dove vivono i barbari c’è un deserto, e la fortezza Bastiani, simile avamposto.

Il magistrato protagonista del libro di Coetzee e il sottotenente Drogo sono entrambi tesi ad aspettare qualcosa:  il processo,  il nemico, la giustizia, un senso, “…come uno che ha perso la strada tanto tempo fa, ma continua per una via che forse non lo porterà da nessuna parte”.
Per  scovare altre similitudini dovrei rileggere Buzzati, i cui echi giungono dal pleistocene.
Tuttavia.
Nel corso della lettura l’asse delle somiglianze si è alquanto spostato.
Un romanzo politico, più che esistenzialista, questo di Coetzee, a partire dal legame tra la donna barbara e il magistrato.
La barbara è sopravvissuta alle torture che gli uomini della Terza Divisione, “custode insonne dell’Impero”, le hanno inflitto quando è stata catturata in una battuta di caccia al nemico insieme ad altri barbari.
Storpia e cieca si aggira lungo le mura della cittadella, e il magistrato la prende con sé, la porta nella sua casa, nel suo letto.
Nel racconto della relazione non vi è un vero svelamento dell’intimità del protagonista, piuttosto una riflessione dal traslato “antropologico”: “E poi, se devo dire la verità, il piacere che ho trovato in lei, quello di cui ancora rimane traccia sensibile nel palmo della mia mano, non arriva in profondità. Il cuore non ha un sussulto, il sangue non mi pulsa con più violenza nelle vene, se la sua mano mi sfiora. Non sto con lei per il rapimento dei sensi che mi promette o mi produce, ma per ragioni diverse che continuano a sfuggirmi, come sempre”.
Anzi, non riesce neanche a guardarla, a fissare i suoi tratti nella memoria.
Con grande fatica, una volta riesce a evidenziarne la bruttezza.

“È davvero così priva di fisionomia? Con uno sforzo mi concentro su di lei. Vedo una figura con un cappuccio e un pesante cappotto sformato che si regge in piedi, a malapena, curva in avanti, con le gambe storte, appoggiata a dei bastoni. Che brutta, mi dico. La mia bocca articola la parola brutta. Sono sorpreso io stesso, ma non resisto: è brutta, brutta”.
È l’atto della lavanda dei piedi, in cui il più grande si fa servo dei servi, ciò che cerca di compiere con insuccesso il magistrato sulla donna barbara, a cui unge e massaggia i piedi e le gambe martoriate dagli aguzzini.
La lava e la riempie di tenerezze, ma non riesce ad amarla.
(Quanta fatica a vedere davvero il diverso da noi, ad entrarci in sintonia, nonostante la pietà, la compassione, la richiesta muta di perdonare l’odio).
Se ne Il deserto dei tartari perno di ogni cosa è l’attesa, in Aspettando i barbari non c’è nulla da attendere.
È tutto qui ed ora.
Il magistrato prima che arrivasse la Terza Divisione a mettere i puntini sulle “i” e gli aghi incandescenti negli occhi del nemico e sulla dignità di chi veniva accusato di essere amico del nemico, si dilettava negli scavi archeologici: sotto la sabbia, da chissà quanto tempo, le vestigia di civiltà passate e sepolte e dimenticate.
Quanto spreco nel voler difendere i confini dell’Impero!
Chi sono i barbari di cui aver paura, i barbari da combattere a tutti i costi, da respingere sempre più lontano, oltre gli spazi ecumenici?
Chi sono i barbari? Sono davvero gli uomini che armati di frecce e archi minano le fondamenta della civiltà e dell’Impero che di essa si fa portavoce?
È dai barbari che ci si deve difendere?
O la barbarie è la civiltà stessa, che vive di sospetti, di pregiudizio, di inganno, di ingiustizie, di sopraffazioni?
E lentamente, dalla fortezza Bastiani sono arrivata ad un’altra fortezza.
Abu Ghraib.

http://www.ilpickwick.it/index.php/letteratura/item/1115-%E2%80%9Caspettando-i-barbari%E2%80%9D-di-j-m-coetzee

Aspettando i barbari | free download pdf



J. M. Coetzee : L’infanzia di Gesù , Vergona – Figure del Male nella narrativa di J.M. Coetzee di Lucia Fiorella

http://www.controappuntoblog.org/2016/02/16/j-m-coetzee-linfanzia-di-gesu-vergona-figure-del-male-nella-narrativa-di-j-m-coetzee-di-lucia-fiorella/

il deserto dei tartari | controappuntoblog.org

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