Il giocattolo rabbioso è il primo romanzo dello scrittore e giornalista argentino Roberto Arlt.
Ambientato in una Buenos Aires decadente e piena di riferimenti interculturali dovuti alle continue ondate di emigranti europei, il protagonista adolescente del romanzo vive le sue avventure costantemente contrastate tra il confine delinquenziale e il desiderio di appartenere alla giustizia ed all’ordine di tipo militare.
In un crescendo di vicende disgraziate, il protagonista, Silvio, finisce per avere una visione cruda e scanzonata del mondo degli adulti che lo porta ad accettare la sua condizione di anarchico autodistruttivo in balia di un destino ineluttabile
El antihéroe en la novela “El juguete rabioso”, de Roberto Arlt
Es el hombre común e histórico que por imperio de la decisión del autor se convierte en protagonista de la obra.
El hombre actual, el hombre del siglo XXI que lucha denodadamente desde su lugar de trabajo, la madre que de pronto quedó sola y trabaja para mantenerlos y para que se eduquen, me pregunto, ¿no son héroes? El único problema es que nunca se van a hacer acreedores a un premio Nobel, ni siquiera al reconocimiento de la sociedad. Son héroes antiheroicos , porque son héroes pisoteados por el medio , ya que son anónimos, porque no gozan de prestigio, ni lo gozaran nunca y porque sus nombres no pasarán a la historia, porque no ocuparán ni una línea de los diarios. No son próceres …
Ahora bien, en la novela realista se ve a aquel niño desamparado que roba las migas de pan de un ciego como podemos leer en El Lazarillo de Tormes. Analizaré en primer lugar cómo surge la idea del héroe. El mito, como dice Mirecea Eliade, “Los mitos que llegaron a nosotros están vacios de contenidos”, lo que llegó a nosotros fue la Leyenda, porque el verdadero significado del mito de la antigüedad es el que no ha sido descifrado. Lo que nosotros conocemos con las religiones en la Edad Media, que están en plena decadencia y a esas las llamamos paganas. Es decir que cuando hablamos de paganismo, no hablamos de religiones antiguas o no cristianas, no, hablamos de esa religión antigua en decadencia a la que uno en la actualidad no tiene acceso. Nosotros somos los descendientes y los hijos de esas razas humanas y esos misterios se revelan en nosotros y son tradiciones que no llegamos a comprender y que no están a nuestro alcance. Son siglos que viven dentro de la raza humana, si bien es cierto que el ambiente influye, así como los padres. Tanto Eneas, como Ulises, como todos los héroes grecolatinos, andan perdidos por los mares, y si uno ve esos mares están dentro de nosotros mismos y el camino lo tenemos que hacer nosotros. El personaje central de la obra El juguete rabioso es Silvio Astier. En el primer capítulo, “Los ladrones”, influido por la lectura de folletines, funda con otros dos adolescentes “El club de los caballeros de la medianoche” y se dedica a pequeños robos en el barrio. Después de un fracaso, el Club deja sus actividades. En el segundo capítulo, “Los trabajos y los días”, Silvio, luego de mudarse de barrio, consigue trabajo como dependiente de librería y pasa a vivir a la casa de Don Gaetano, su patrón. Al fin, por diversas humillaciones que recibe, intenta quemar la librería en que trabaja, pero fracasa y deja su puesto. En el capitulo tercero, “El juguete rabioso”, intenta ingresar en la Escuela de Aviación como aprendiz de mecanico; primero lo aceptan , pero luego le dan de baja porque no necesitan “personas inteligentes sino brutos para el trabajo”.
Luego de todo esto, Silvio vive una aventura con un homosexual en una pieza de hotel. Así es que compra un revolver y piensa suicidarse, pero también fracasa. Pasado ya un tiempo conoce al Rengo, un individuo marginal que trabaja como cuidador de carros en la Feria de Flores. Éste cuenta a Silvio el proyecto de robo en casa del ingeniero Vitri. Silvio acepta. Luego en su interior se pregunta : “¿Y si lo delatara?”. Y así es como va a ver a Vitri, delata al Rengo, éste es arrestado, y Silvio le comunica a Vitri que desea marcharse al sur del país. Es importante observar que en el momento en que delata al Rengo es la única vez que no fracasa, cuando realiza un acto “socialmente” bueno, pero individualmente malo.
Todos los personajes de Arlt son héroes antiheroicos y por lo tanto hay que tomarlos desde lo marginal. En muchos sentidos los personajes de Arlt se asemejan al antihéroe de la novela picaresca. Silvio Astier debe enfrentar por sus propios medios a la soledad, la pobreza y el desamparo. A semejanza del pícaro tradicional, ocupan ellos el centro de la narración en tanto sus amos o señores se mueven en planos secundarios.
Silvio Astier reúne las condiciones no del héroe antiguo, sino del antihéroe o héroe antiheroico. A diferencia del Lazarillo, el bastardo recogido por caridad y luego arrojado a los caminos y pasando de amo en amo, Silvio Astier es aquel que desde niño lleva dentro de si el deseo de llegar a… algo, a ser alguien y tras tener fracaso sobre fracaso, traiciona y es la única vez que no fracasa. El antihéroe de esta novela, Silvio Astier, deberá asumir su realidad degradada , es decir la imagen que los otros le imponen de si mismo. Es un hombre soñador y humillado y su mundo está rodeado por delincuentes y seres marginales, pareciéndose todos entre si. El autor permite inferir a través de la conducta de su personaje un paralelismo entre el pillaje y la traición, llevado a cabo por Silvio Astier y sus amigos, Enrique y Lucio, en la niñez y esta última ya en la adultez.
Si bien el concepto de antihéroe puede aplicarse tanto a Silvio Astier como a lazarillo, el antiheroismo tiene matices diferentes en ambos personajes. Silvio Astier participa de las condiciones sociales del antihéroe , en tanto recordamos que se ven en él al pequeño individuo de clase media porteña azotado por la miseria, marginado socialmente, torturado por los tabúes del sexo. Lazarillo de Tormes, que también es antihéroe, nada tiene en común con Silvio Astier, el primero roba por necesidad, este último a causa de los fracasos que tiene llega a traicionar y habiendo sido también un niño como Lazarillo, roba por placer y hasta llega a formar “El Club de los Caballeros de la Medianoche”.
Es evidente que aquí nos encontramos con dos antihéroes absolutamente opuestos. En El juguete rabioso no se ve el ideal del caballero perfecto de las altas esferas sociales, en tanto que Lazarillo, el bastardo colocado en el centro de la novela, se hace acreedor a nuestras simpatías por sus actitudes. Luego es antihéroe por oposición al concepto tradicional del héroe caballeresco. Silvio Astier es antihéroe como una burda imitación de aquellos que el novelista considera seudohéroes de la historia. El protagonista de Roberto Arlt no vive sus experiencias en una suma adicionada sin conexión causal; lejos de ello cada uno de los traspiés del personaje de Silvio Astier reconoce una causa anterior. El universo del pícaro a la inversa no le permite llegar a conclusiones con facilidad, deberá tropezar una y otra vez para llegar a comprender lo errado de sus pasos. Aferrado a su circunstancia no posee otra escuela ni mas guía que la de sus yerros y tropiezos, pues todo su mundo gira en torno a su propia experiencia.
En El juguete rabioso, el novelista es una especie de dueño y señor de las vidas cuyos hilos maneja. Si vinculamos el robo efectuado por Silvio Astier con las migajas de pan hurtadas por Lazarillo, o con las malas artes de que se vale el Buscón para disponer a gusto de las gallinas de su ama, vemos que estos últimos hurtan por necesidad, en tanto que Silvio Astier sigue el impulso de sus caprichos infantiles. Del contraste entre Silvio Astier de naturaleza diabólica, inteligente y Lazarillo de naturaleza libre, impulsiva , surgen las difíciles situaciones por la que deberá atravesar este último: deberá enfrentar las situaciones en que lo coloca su temperamento franco y juvenil.
Esta novela de Roberto Arlt comparte con la novela picaresca el tono satírico con el cual desenmascara situaciones y deja al descubierto la hipocresía y la situación social en que se vive. Así es que a este personaje antiheroico que vive rodeado de seres marginados, estos le excitan su vena cleptómana desde la niñez y condicionado por la sociedad.
Ahora bien, ¿qué quiso mostrar Roberto Arlt en esta novela? ¿Quizás ciertas formas de alienación del individuo en el mundo contemporáneo? Habrá de ser un muy buen tema de investigación para otro trabajo. Se ve en esta obra que Arlt persiste en la imagen del muchacho que procura desentrañar el secreto del “juguete rabioso” que en fin es su vida. El Lazarillo es el nombre del protagonista, cuyo titulo completo es La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades. Tradicionalmente se denominaba Lázaro al hombre que soportaba toda clase de desdichas y proezas. El tema principal de esta novela es el hambre y los medios de los que se vale el pícaro para superarla. Alrededor de este tema giran todas las alternativas por las cuales atraviesa el personaje central. Es importante destacar que el tema del amor esta ausente en la novela picaresca. El Lazarillo pertenece al estrato social más bajo, al comienzo es un niño sin maldad que se va deteriorando por lo golpes que recibe y que van brindándole experiencia. Ahora bien, si comparamos a Lazarilo de Tormes con los héroes de los diversos tipos de novela de la época, el pícaro aparece como un “antihéroe”, no hay luchas por la amada, ni paisajes campestres idealizados, sino que Lázaro es un vagabundo que acude a diversas tretas para sobrevivir. Lázaro no es ladrón , cuando roba lo hace para satisfacer sus necesidades primarias, no es pendenciero, sí tiene un intimo deseo de libertad que lo conduce a deambular de un lado a otro.
En la primera mitad del siglo XVI la sociedad española estaba en plena decadencia financiera a causa de las largas guerras. Lazarillo, por la tanto aparece como víctima del momento histórico que le ha tocado vivir. Se da con esto la aparición del “antihéroe” como expresión del derrumbe de los mitos del mundo caballeresco.
Otro aspecto es el carácter itinerante del protagonista, el pícaro pasa de amo en amo, movido siempre por el hambre, acuciado por una necesidad que no logra remediar en uno u otro señor. Así construye su existencia donde el prójimo es simplemente un elemento de apoyo o de explotación, nunca un medio de autoformación.
CONCLUSION
En El Juguete Rabioso de Roberto Arlt, se sugiere la presencia y la acción de los hombres con los cuales Silvio Astier se rodea, mediante robos, desilusiones, aceptar por su parte la realidad, ver que fracasa y fracasa en todo lo que emprende, hasta que traiciona. Aunque este es el aspecto en el cual se pone énfasis, en el Capítulo IV, todas las particularidades contempladas por el antihéroe son tomadas en esta novela. Aparece la actividad de cada uno de los personajes: Silvio Astier, sus amigos Enrique y Lucio, Don Gaetano, el Ingeniero Vitri, el “Rengo”. Las características propias del antihéroe que desde mi punto de vista, tanto héroe como antihéroe corresponden a un mismo paradigma. Este hombre tiene un destino en el cual queda atrapado, aunque como escritor quede aprisionado en su obra.
En síntesis en El juguete rabioso de R. Arlt se ven las distintas características del antihéroe contempladas por el hombre, pero realiza asimismo innovaciones, una de las más interesantes es la traición. Por último resulta original la equiparación del antihéroe con el hombre en general y el Lazarillo de Tormes en particular, a través del único atributo que aquel no pierde, y este último no tiene ni recibe por transferencia: el robar por placer.
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Impreso en Argentina II: El juguete rabioso from Eternauta Dos Mil Uno on Vimeo.
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La Factoría de Farjalla Bill Ali
Los que me conocían, al enterarse de que iba a trabajar en el criadero de gorilas de Farjalla Bill Alí se encogieron compasivamente de hombros.
Yo ya no tenía dónde elegir. Me habían expulsado de los más importantes comercios de Stanley. En unas partes me acusaban de ratero y en otras de beodo. Mi último amo, al tropezar conmigo en la entrada del mercado, dijo, comentando irónicamente mi determinación:
“No enderezarás la cola de un galgo aunque la dejes veinte años metida en un cañón de fusil”.
Yo me encogí de hombros frente al pesimismo que trascendía del proverbio árabe. ¿Qué podía hacer? En África uno se muere de hambre no sólo en el desierto, sino también en la más compacta y vocinglera de las selvas. Allí donde verdea el mango o ríe el chimpancé, casi siempre acecha la flecha venenosa.
En la factoría de Farjalla Bill Alí trabajaría como tenedor de libros. El canalla de Farjalla no sólo explotaba un provechoso criadero de gorilas, sino también una academia de elefantes jóvenes. Allí se les enseñaba a trabajar. El mercader vendía con excelente ganancia los elefantes domesticados y gorilas. Disponía de varias leguas de selva y de numerosos rebaños de esclavos. Como éstos eran sumamente torpes para dedicarlos a la educación del elefante, se les utilizaba en los trabajos penosos. Las negras, generalmente, en la factoría se dedicaban a nodrizas de los gorilas huérfanos, debido a que los monos adultos morían de tristeza al verse privados de su libertad. Los gorilas recién nacidos y huérfanos requerían atenciones extraordinarias para alimentarlos, porque con su olfato delicado percibían la diferencia que había entre sus madres y las negras. Además, las pequeñas bestias son terriblemente celosas y no toleran que la esclava amamante a su propio hijo. Como Farjalla Bill Alí no se mostraba en este particular sumamente cuidadoso, una negra llamada Tula, que trajo su pequeño al criadero, sin poderlo impedir, vio cómo el gorila a cuyo cuidado estaba estrangulaba al niño.
Aquello originó un drama. El padre de la criatura, un negro que trabajaba en el embarcadero de la ciudad, al enterarse de que su hijo había perecido entre las zarpas de un gorila, se presentó en el criadero, tomó la bestia por una pata y le cortó la cabeza. Gozoso de su hazaña, se presentó con la cabeza del gorila en el puerto.
Rápidamente Farjalla Bill Alí fue informado del perjuicio que había sufrido. Farjalla acudió al embarcadero. Desde lejos era visible la cabeza del mono, colocada sobre una pila de fardos de algodón. Farjalla apareció “como la cólera del profeta”, según un testigo. No pronunció palabra alguna, desenfundó su gruesa pistola y descerrajó en la cabeza del marido de Tula todos los proyectiles que cargaba el disparador. En mi calidad de capataz de descarga de otro comerciante, fui testigo del crimen. Prácticamente el negro quedó sin cabeza. En el proceso que se le siguió a Farjalla, éste salió absuelto. Los testigos depusieron falsamente que el árabe tuvo que defenderse de una agresión del negro. Entre los testigos inicuos figuraba yo. Mi patrón., que entonces estaba interesado en la compra de colmillos de elefantes, había vinculado sus capitales a la empresa de Farjalla, y me obligó a declarar que el negro había intentado agredir al árabe con un gran Cuchillo. Durante el proceso, la cabeza del gorila decapitado figuró como importante pieza de convicción.
De más está decir que durante la substanciación de la causa Farjalla Bill Alí no estuvo un solo día detenido. Hora es, por lo tanto, que presente al principal personaje de la historia.
Farjalla Bill Alí era un canalla nato. Tenía antecedentes y no podía desmentirlos. El abuelo de su madre había sido ahorcado en el mastelero de una fragata por tratante de esclavos. El padre de Farjalla fue asesinado por un mercader. La madre de Farjalla se dedicó durante bastante tiempo a la trata de ébano vivo. Un elefante enfurecido, durante una siesta, la mató a colmilladas. Farjalla continuó en el oficio.
Era él un congolés alto, flaco, de nariz ganchuda. Pertenecía al rito musulmán. Ornamentaba su cabeza un turbante de muselina amarilla, y jamás nadie le vio desprovisto de su recio látigo. Azotaba por igual a blancos y negros. Cierto es que cuando un blanco llegaba a trabajar para Farjalla, había alcanzado su degradación más completa. Después de la factoría estaba el presidio.
Él conocía mis antecedentes. Cuando me presenté a Farjalla para pedirle trabajo, ordenó que me entregaran una botella de whisky y me despidió diciéndome:
—Vé y emborráchate. Después hablaremos.
Estuve tres días ebrio. Al cuarto, una lluvia de puntapiés que recibí sobre las costillas me despertó. De pie, junto a mí, frío y adusto, permanecía el tratante. Me levanté dolorido, mientras que el bellaco me preguntaba:
—¿Vas a dormir hasta el día del juicio final? Ven al almacén. Es hora de que te ganes tu pan.
Así me inicié en su factoría. Pero nuestras relaciones no podían marchar bien. Un día que salimos por el río, cerca de los llamados “rápidos de Stanley”, en busca de un cargamento de marfil, después que hubimos adquirido la mercadería y en momentos que los “cazadores” wauas, en sus piraguas, efectuaban en torno de nosotros un simulacro de danza náutica, Farjalla quiso apoderarse por la violencia de una esclava que yo había canjeado por una pistola automática. Farjalla alegaba que yo no podía adquirir mercadería de ninguna especie mientras trabajaba a sus órdenes. Alegó que si los cazadores me vendieron la esclava era en razón del prestigio de Farjalla. Evidentemente, el negro procedía de mala fe. Yo era un blanco, y a mi compra de la negra no podía oponerse ningún derecho. Entonces Farjalla, irritado, me respondió que jamás toleraría que la negra viviera en la factoría. Yo le respondí que de ningún modo pensaba llevar a mi esclava a su ladronera. Cuando pronuncié esta última palabra, la irritación de Farjalla subió a punto tal, que, inclinándose sobre mí, y antes que pudiera adivinar su intención, me escupió la cara. ¡Dios de los dioses! Dispuesto a romperle los huesos, me abalancé sobre él, pero Farjalla me lanzó tal puntapié en la boca del estómago que caí desvanecido en el fondo de la barca.
Cuando desperté de los efectos del golpe, del aguardiente de banana y del cansancio, mi esclava había desaparecido. Me encontraba cesante e ignominiosamente vapuleado.
Los negros me miraban irónicamente. Comprendí que estaba perdido si no me reconciliaba con Farjalla Bill Alí.
Tragando mi odio, labio sonriente y corazón traicionero, me dirigí a la factoría. El árabe despotricaba entre sus cargueros. Apenas si se dignó contestar a mi saludo. Yo entré en el escritorio del almacén como si nada hubiera sucedido.
Desde entonces mis relaciones con el mercader fueron odiosas. Él me consideraba un esclavo despreciable; yo un hombre a quien mi venganza algún día haría rechinar los dientes.
Pero está escrito que los caminos del perverso no van muy lejos.
Pocos días después de los acontecimientos que dejo narrados murió en la factoría un gorila adulto que debíamos remitir al jardín zoológico de Melbourne. Farjalla, que por negligencia aplazaba el envío, se daba a todos los diablos, y resolvió enviar en su lugar un chimpancé que estaba al cuidado de Tula, la mujer del negro que Farjalla había asesinado a tiros. Tula estaba sumamente encariñada con el pequeño mono. El chimpancé la seguía como un chicuelo travieso sigue a su madre. Cuando la viuda se enteró de que el mono iba a ser remitido a un jardín de fieras, se echó a llorar desconsoladamente. Era cosa de ver y no creer cómo la negra tomaba al chimpancé y le atusaba el pelo y lo apretaba contra su pecho llorando, mientras que el mono, con expresión compungida, miraba en rededor, acariciando con sus largos dedos sonrosados y velludos las húmedas mejillas de su madre adoptiva.
Farjalla Bill Alí era un hombre a quien no enternecían las lágrimas ni de un millón de negras. Partiríamos al día siguiente para la ciudad de Stanley.
En el mismo camión llevaríamos al gorila muerto, al chimpancé vivo y a la negra.’ El chimpancé lo enviaríamos desde la ciudad a Melbourne. En cuanto al gorila muerto, la negra se quedaría con él junto a una termitera.
Camino a Stanley, y poco menos que a dos leguas de la factoría, se descubría un trozo de selva diezmado por las termites u hormigas blancas. Allí, en el claro terronero requemado por el sol levantábanse una especie de menhires de barro de cinco a siete metros de altura. Estos monumentos huecos eran los nidos de las termites. Farjalla tenía la costumbre, cuando se le moría un animal exótico, de vender el esqueleto. En Stanley vivía un hombre que compraba los esqueletos de gorilas para remitirlos a Londres. Probablemente los esqueletos estaban destinados a establecimientos educativos.
Con el fin de evitar el proceso de descarnación natural, Farjalla, de acuerdo a las costumbres del país, llevaba el cadáver hasta la termitera, y con un mazo abría un agujero en el nido. Inmediatamente hileras compactas de termites cubrían el muerto abandonado sobre el agujero. En pocas horas el esqueleto quedaba perfectamente mondado. Y no dejaré de añadir que hasta hacía pocos años los traficantes de esclavos castigaban a los negros muy rebeldes untándolos con miel y amarrándolos a uno de estos hormigueros.
Cargamos el gorila muerto en el viejo camión del mercader. Luego la negra y el chimpancé. Yo iba junto al árabe que conducía el volante. Quiero hacer constar que nosotros éramos las únicas personas que quedaban en la factoría. Todos los servidores se habían concentrado en el Norte para dar caza a una pareja de leones que la noche anterior devoraron un buey. Los hombres, armados de largas lanzas para cazar elefantes, seguidos de sus mujeres y sus hijos, se habían internado en la selva.
Salimos con el sol hacia la ciudad de Stanley. Torbellinos de mariposas multicolores se desparramaban por el camino. Aunque el camión se deslizaba rápidamente, nos sabíamos vigilados por todos los ojos del bosque. De pronto, Farjalla, sin apartar los ojos del volante, me dijo:
—Búscate otro amo. No me sirves.
—Bueno —respondí.
Tras nosotros se oía el llanto de la negra abrazada a su chimpancé. Eran unos sollozos sordos. Por entre unas tablas se distinguía a la mujer abrazando tiernamente a la bestia, y el mono, con expresión compungida, miraba en rededor, brillantes los ojos lastimeros. La negra acariciaba la cabeza del chimpancé, que inspeccionaba el rostro de su madre adoptiva con perpleja vivacidad. No sabía de qué peligro concreto defenderla.
—¡Calla esa boca! —rezongó el mercader, dirigiéndose a la esclava sin mirarla, porque cuando manejaba le concedía una importancia extraordinaria a esta operación. Tratando de fingir sumisión, le dije:
—Siento no haberte podido servir.
El árabe se limitó a contestarme:
—No sirves ni para cortar las babuchas de un vagabundo.
La negra, abrazada al pequeño chimpancé, había comenzado otra vez a llorar. Súbitamente salimos de la sombra verde. Arriba estaba el cielo. Frente al claro requemado por el sol, las termites habían levantado sus rugosos bloques pardos. En el remate de algunos de estos nidos gigantes brotaban matas de hierba.
Con rechinamiento de herrería se detuvo el camión. Cogí la maza y me dirigí a un hormiguero tres veces más alto que yo. Parecía un tronco desgastado por la tempestad. La negra cargó el bolsón con el gorila muerto, y trabajosamente, agobiada, se dirigió a la termitera. Tras ella, chueco, mirándonos resentido, caminaba el pequeño chimpancé.
Levanté la maza y la descargué sobre la base del hormiguero. El hormigón del nido no cedió. Farjalla se acercó, yo levanté la maza, y antes que él pudiera evitarlo, le descargué un vigoroso puntapié en la boca del estómago. El mismo puntapié que él me había dado en el bote, el día de la fiesta negra en los “rápidos de Stanley”. Farjalla se desplomó. Le dije a la esclava:
—Trae el gorila.
La mujer dejó caer pesadamente la bestia muerta junto al tratante de esclavos. Sin perder tiempo, le despojé de su turbante, y con la larga tira de muselina lo amarré de pies y manos. Luego descargué otro mazazo en la termitera, y un trozo de corteza se hundió definitivamente, dejando ver el interior plutónico, sembrado de negros canales por los que se deslizaba febrilmente una blancuzca humanidad de hormigas grises.
—¡Ayúdame! —le grité a la negra.
La esclava comprendió. Levantando al gorila muerto amarrado al traficante, empujamos los dos cuerpos sobre la termitera. La mujer lanzó algunos gritos guturales, el pequeño chimpancé corrió hacia ella y se pegó a su flanco tomándole la mano. Ella, riéndose, con los labios entreabiertos, se quedó contemplando la hervorosa grieta de la termitera.
Millares y millares de hormigas rabiosas cubrían de una sábana gris los dos bultos. La chilaba de Farjalla y el velludo cuerpo del gorila quedaron revestidos de una costra movediza y cenicienta que se ajustaba constantemente a las crecientes desigualdades de aquellos cuerpos.
La negra y su hijo adoptivo miraban aquel final. Yo tomé la botella de whisky que había quedado debajo del cajón del asiento del camión y le dije a la esclava:
—Es mejor que te vayas y no vuelvas más.
La mujer, tomando apresuradamente la mano del mono, se dirigió al bosque. Les vi por última vez, cuando entraban en el linde de la muralla vegetal. El pequeño chimpancé, tomado de su mano, volvía la cabeza hacia mí como un chicuelo resentido. Y, oculto ahora tras unos cactos, aguardaba el momento de subir al caballo que había escondido la noche anterior. Tula apartó unas ramas y se hundió en lo verde. Yo monté a caballo y regresé a la factoría para probar la coartada, mientras que allí, bajo el sol, se quedó Farjalla Bill Alí. Las hormigas se lo comían vivo.
El Criador de Gorilas
Índice
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